Crónicas Zinemaldia 2023

 

 

Llegamos a esta 71ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián con la absurda polémica suscitada por la proyección de cierto documental y una huelga que impedía la presencia de algunas estrellas en Donostia. Cuestiones irrelevantes, porque al Zinemaldi se acude, ante todo y sobre todo, a ver películas. Y a comentarlas, siendo que estos días se ha hablado también de la labor que la crítica cinematográfica debería desempeñar en este tipo de citas. Prescriptiva o de análisis, esta crónica pretende trasmitir la pasión personal compartida del espectador. Ni más, ni menos.

 

 

22 DE SEPTIEMBRE

 

Noticia de alcance es que Hayao Miyazaki regrese a la gran pantalla una década después de El viento se levanta, su trabajo más personal y anclado a la realidad. Echando la vista atrás, El chico y la garza parece recorrer toda la filmografía del maestro japonés del coming-of-age al fantástico desbordado. En superficie, reconocemos en esta película a unos primos de los kodamas de Mononoke, la entrada a otros mundos a través del túnel de Chihiro y Totoro, o incluso el desfile de aviadores muertos de Porco Rosso en una procesión de barcos rumbo al más allá. Es una delicia referencial para los fans de Ghibli, pero detrás hay también una historia que habla del duelo y la necesidad de seguir adelante sin olvidar el pasado. Es un viaje que comienza sosegado -incluso la música de Joe Hisaishi se vuelve sobria- para terminar explotando en forma de oscura fantasía simbólica. Muchos querrán ver en ella un canto de cisne testamentario. Nada más lejos de la realidad. Los mundos de Miyazaki siguen creciendo.

 

 

La cultura japonesa siempre ha posado su mirada en lo pequeño, un afán por capturar la esencia de las cosas cotidianas y sencillas desde sus detalles que se ha extendido a buena parte de su arte, desde la caligrafía a los haikus pasando por la ceremonia del té. No es ajena a esta idea Perfect Days, en la que Wim Wenders nos cuenta el día a día de un limpiador de retretes públicos con alma de asceta, inmenso Koji Yakusho. El trasfondo de este personaje se aborda desde la rutina, en silencio, sin necesidad de explicaciones. Pareciera que el mismo corazón de este film luminoso adopte la filosofía contemplativa del zen, hasta el punto en que resulta fascinante verlo circular por los parques de Tokio haciendo algo tan ordinario como fregar inodoros. Nuevamente, lo mundano elevado a la categoría de arte. De algún modo, Wenders ha rodado una película que aúna el costumbrismo silencioso de Jiro Taniguchi con la belleza profunda y serena del ikebana. Preciosa.

 

 

Cuando se estrenó ¡Viven! (1993), el crítico Roger Ebert escribió sobre la misma: “Hay algunas historias que simplemente no se pueden contar. La historia de los sobrevivientes de los Andes es quizá una de ellas”. Retomada ahora por Juan Antonio Bayona en La sociedad de la nieve sobre la base del libro de Pablo Vierci, la comparativa entre ambas películas resulta inevitable. Si en el film de Frank Marshall primaba la épica de la supervivencia -y un whitewashing propio de otros tiempos- aquí el drama se aborda desde la introspección propia de una fotografía congelada en el tiempo, con alma de relato rescatado del olvido. Es una reconstrucción que sabe cuándo tiene que impactar a través de la imagen claustrofóbica o sobrecogedora, sin caer en el morbo, y cuándo necesita escarbar en sus personajes más allá de las montañas. Netflix mediante, sería una pena no poder disfrutarla en un cine. Sus paisajes y la música de Michael Giacchino merecen pantalla grande.

 

 

Aunque las historias de Aki Kaurismaki han tenido por protagonistas a personajes perdidos en la oscuridad, exiliados de sí mismos, el cineasta finlandés siempre se las apaña para encontrar una luz en sus tinieblas. En Fallen Leaves estos son un trabajador de la construcción alcohólico y una joven abocada a la precariedad laboral, aspirantes a un amor frustrado por el destino. Como acostumbra, el director regala una milimétrica puesta en escena y un uso exquisito del color, cuadros vintage en los que enmarca diálogos medidos y silencios reveladores rotos por un humor inesperado, de comedia en mitad de la tormenta. Desde el escenario de un apático karaoke a la salida de una sala de cine, nos importa lo que les pase a Ansaa y Holappa, unos estupendos Alma Pöysti y Jussi Vatanen. Puro universo Kaurismaki, con sus perdedores románticos, su resistencia proletaria, sus borrachos, su melancolía cinéfila y su inmensa ternura. Muy redonda. Imposible no quererla.

 

 

La noche del 18 de marzo de 1976, el músico brasileño Tenório Júnior desapareció en las calles de una Buenos Aires tomada por los militares que, unos días después, instaurarían la dictadura de Videla. En Dispararon al pianista, Fernando Trueba y Javier Mariscal siguen las pistas de este misterio sin resolver a través de una cinta animada caleidoscópica, a medio camino entre el documental musical y la ficción reconstruida. Hay muchas historias en esta película, una investigación periodística a modo de hilo conductor, entrevistas a grandes del sonido brasileiro como Toquinho, Caetano Veloso, Chico Buarque, Vinícius de Moraes o João Gilberto, e incluso una fotografía de la convulsa latinoamérica de los años setenta. Los sonidos que recorren el film son caviar melómano y el interés de lo que los rodea innegable. Sin embargo, uno se pregunta si no hubiera sido mejor separar cada contenido. Incluso si los dibujos de Mariscal aportan algo más allá del paisaje. Bossa nova y memoria histórica para cafeteros musicales.

 

 

Muchas son las películas que se han acercado al horror del holocausto, pero nos atreveríamos a decir que pocas han conseguido trasmitir una sensación de incomodidad tan poderosa como The Zone of Interest. El británico Jonathan Glazer lo cuenta sin mostrar, colocando una suerte de cámaras ocultas en la vivienda del comandante de Auschwitz, un Gran Hermano donde la pesadilla está tras los muros de la casa pero también dentro de ella, en la normalidad de una familia que celebra su suerte mientras intuimos los resplandores de los hornos crematorios o escuchamos sonidos apagados de masacres en la distancia. La frialdad visual y sonora del film es estremecedora hasta cuando se abandona a la luz del exterior. Es también una mirada a la banalización del mal fuera de campo que busca resonar en el presente. Las imágenes del museo de la barbarie en el que el campo de concentración se ha convertido, exponiendo su memoria tras la protección del cristal para el espectador, no deja lugar a dudas. Tremenda.

 

 

 

23 DE SEPTIEMBRE

 

¿Se puede medir el amor? Es lo que plantea, con absurda y desconcertante metodología científica, Fingernails, segundo largometraje del griego Christos Nikou tras la pandémica Apples. Acierta el guión de esta película a la hora de conjugar realidad y metáfora con una premisa cercana a las distopías de Black Mirror. Esta historia bien pudiera haber salido de la mente de Charlie Kaufman -comparten actriz- el humor negro de Yorgos Lanthimos -Nikou fue su asistente de dirección en Canino- o, todavía, el desamor del Take This Waltz de Sarah Polley. Gracias a sus sentidos interpretes, esta (anti) comedia romántica camina hacia el melodrama de las parejas con fecha de caducidad dejando un poso amargo. Toda una disección del amor en los tiempos de las relaciones líquidas y los match a golpe de uña y algoritmo dudoso. Sin menospreciar la sensualidad de los bailes de Riz Ahmed, a Jessie Buckley le dejaría que me hiciese la manicura. Efectivamente, ha dolido.

 

 

No hay Zinemaldi sin Kore-eda, ni Kore-eda sin niños, constante del director desde Nadie sabe. Monster orbita también en torno a la familia y la infancia, pero en esta película el japonés juega con el espectador explicando su historia mediante puntos de vista consecutivos que dan sentido al anterior, un relato circular de oscuridad que va encajando las piezas fragmentadas de su puzle hacia la luz. A este magnífico guión, en el que algunos han querido ver resonancias de Rashomon, le acompañan la habitual maestría narrativa del cineasta al borde del melodrama, la despedida del compositor Ryūichi Sakamoto y, sobra decirlo, una soberbia dirección de actores. Desde la incomunicación al acoso escolar, es también un drama inédito por tocar un tema poco habitual en la cinematografía del sol naciente, mucho más si hablamos de niños. El mensaje que deja es hermosísimo. No es necesario reencarnarse en otros cuando uno ya es perfecto.

 

 

Kalak abre con una de esas escenas que hacen removerse al espectador en la butaca. Es necesario que sea así, porque ese momento inicial explica toda la biografía de un personaje que huye a los confines de la tierra para escapar de sí mismo, dejando no pocos muertos en el camino. El retrato que hace la directora Isabella Eklöf es poco complaciente, ampliado a una sociedad dividida entre invadidos e invasores en la que la violencia asumida es una foca despedazada en el suelo del salón, abismos interiores que acompañan a unos paisajes polares estupendamente fotografiados. El resultado es un estudio psicológico antipático con muchos puntos de interés. Como le explican al protagonista en un momento de la película, la palabra «kalak» tiene muchas interpretaciones, igual que ocurre con las puntiagudas y heladas aristas de esta película. Traumas y sordidez en Groenlandia. Y además, nos enseñan a hacer un carajillo sueco.

 

 

Siempre hay que celebrar la presencia de la animación en el Zinemaldi, por partida triple en la Sección Oficial de esta edición. La más particular de estas películas es, sin duda, El sueño de la sultana, viaje iniciático en el que se entremezclan cuentos de sororidad, miradas feministas, biografías de pioneras y filosofía de las utopías. Siempre cambiantes, las acuarelas transparentes en movimiento y figuras entintadas de Isabel Herguera tejen un mundo onírico en el que la realidad se desdibuja a cada instante, rozando aquella montaña mágica a la que nos llevaba la directora Anca Damian. Sin embargo, pareciera que esta película tenga miedo a volar libre, necesitada de un hilo conductor, un anclaje al mundo real donde la voz en off rompe constantemente el hechizo. Insobornable fábula sonámbula, es una propuesta tan hermosa como desbordada de ideas narradas. Está claro que sueña profundamente pero, a veces, los sueños no necesitan ser explicados.

 

 

Anatomía de una caída generaba expectación y dudas a partes iguales, tras una discutida Palma de Oro en Cannes. No es sencillo encasillar un film tan complejo como el que firma la francesa Justine Triet, sostenido por un guión minucioso y doblemente ambiguo, armado desde un punto ciego argumental y despojado de la subjetividad del punto de vista. Ayuda también a esta indefinición la monumental interpretación de una Sandra Hüller que se sobrepone continuamente a cualquier juicio de valor. Puede molestar que no haya solución al misterio que plantea esta historia, pero aquí no interesa tanto el puzle completo como lo que supone ir encajando sus piezas para las manos que las mueven. Fría, procedimental, quirúrgica, del thriller judicial a la disección familiar post mortem, tiene mérito convertir una premisa propia del telefilm en un fascinante análisis psicológico que cuestiona al espectador como si fuese parte del jurado.

 

 

 

24 DE SEPTIEMBRE

 

No está mal que entre tanto cine de autor desaforado aparezcan películas que no pretenden ser más de lo que son. Es el caso de Ex-Husbands, comedia indie amable con fondo triste sobre matrimonios rotos, relaciones familiares y crisis de edad intergeneracionales, aunque sea la del sesentón protagonista la que más convence de todas ellas. Más cerca de una Entre copas en Riviera Maya que de Resacón en Las Vegas, el humor de esta cinta es siempre elegante, casi woodyalleniano. Que el drama que hay detrás de estas vacaciones de verano con fecha de caducidad no perfore más allá de la postal, no impide disfrutarlo. Apunte cinéfilo, es un gustazo ver a Griffin Dunne y Rosanna Arquette reunidos tantos años después de aquella Jo, ¡qué noche! (1985). Y enlazando con el maestro Scorsese, al que tanto se está revisando últimamente, lo mejor de esta película es que se las ingenie para no ser un simple retrato de señoros.

 

 

Teníamos muchas ganas de ver el MMXX de Cristi Puiu. De inicio, sorprende que un cineasta tan dado a estirar las escenas en el tiempo se atreva con una película de episodios, alejándose de lo visto en la reunión familiar de Sieranevada o la recreación de época de Malmkrog. No renuncia Puiu, eso sí, a una puesta en escena categórica que va cambiando a lo largo de estas historias de la pandemia, desplazándose desde su habitual cámara fija al movimiento, de los espacios cerrados al exterior. Lo cierto es que uno tiene la sensación de que se podía haber sacado una película de cada uno de los segmentos de este largometraje porque, ni en forma ni en fondo, hay pegamento entre ellos. Tampoco lo que cuentan termina de fascinar, viniendo de un director que cuece sus escenarios a fuego lento. Aunque dure casi tres horas, no hay punto de ebullición más allá de la anécdota y los restos del naufragio del COVID. Todo mal por Rumanía. Tampoco salieron mejores.

 

 

Una infinidad de momentos definen el corazón de All Dirt Roads Taste of Salt. Por citar uno de ellos, la imagen de dos niñas recolectando arcilla al borde del camino. Radical en su planteamiento, esta biografía a través de los años de una familia afroamericana del Mississippi vive en un mundo de sentidos suspendidos en el tiempo, viajando de los cuerpos -rostros y manos en primerísimos planos- al olor de la tierra mojada tras la lluvia. Lejos de quedarse en un “Terrence Malick mal”, la sensibilidad poética de la cineasta Raven Jackson es innegable, pero esta misma naturaleza la condena también a perderse en su propia mirada, tratando de captar algo invisible con la cámara. Es un film hecho de instantes que se evaporan. Tal vez, esos que se quedan en nuestro interior y que, de un modo u otro, nos terminan definiendo. Telúrica, epidérmica, sensorial, contemplativa, trascendental, evanescente, exigente y femenina.

 

 

Joachim Lafosse es experto en desintegraciones familiares, temática abordada en películas como Un amor intranquilo, Después de nosotros o Perder la razón. En Un silence la explosión se desata a raíz de un escándalo que no procede spoilear, lealtades y secretos que el film va desvelando con la objetividad propia de un procedimiento judicial. Es cierto que a la trama de esta historia basada en hechos reales le falta emoción, pero es una sobriedad buscada para que la exploración psicológica de sus personajes sea interior, claustrofobia encerrada en una casa o el retrovisor de un coche en movimiento. No quita para que también ponga sobre la mesa un valiente debate moral sobre los monstruos que habitan bajo las pieles de los hombres respetables y sus víctimas colaterales, muy bien sostenido por las interpretaciones de Daniel Auteuil, Matthieu Galloux y una extraordinaria Emmanuelle Devos. Callamos lo que sabemos, pero la mirada final de Astrid lo dice todo.

 

 

Cuando David Fincher estrenó Perdida, más de uno quedó desconcertado ante un film que retaba al espectador convirtiendo la sinopsis de una peli de tarde en algo políticamente incorrecto. Mucho de eso tiene también May December. Sorprende -o tal vez no- que sea un autor de melodramas elegantes como Todd Haynes quien subvierta los tropos del telefilm para llevarlos a territorios en los que permean otros géneros. Y es que el escándalo publicitado de esta película nos habla de fachadas sociales, podredumbres románticas y hasta canibalismo actoral. No es casual su uso del maquillaje como textura de un thriller de terror intuido, o que Haynes se apropie de la música que Michel Legrand compuso para El sirviente de Joseph Losey, en la que también se trataba el tema de la manipulación identitaria. Atrapados en un juego de espejos tóxico, el ménage à trois interpretativo de Natalie Portman, Charles Melton y Julianne Moore es impagable. Juguetona, extraña, turbia y perversa. Tiene chicha.

 

 

 

25 DE SEPTIEMBRE

 

Aunque el bonaerense Martín Rejtman haya decidido rodarla en Chile, podríamos pensar que La práctica pertenece a ese difuso género de la “comedia argentina”. No acertaríamos, porque tras los pasos del personaje en crisis existencial al que da vida Esteban Bigliardi, el humor de esta película parece beber de autores tan dispares como Woody Allen, Buster Keaton, Éric Rohmer o Aki Kaurismaki, referentes que Rejtman lleva a su propio terreno. El resultado es una comedia circular que usa la atonalidad de la apatía para empatizar con un protagonista que no sabe mantenerse firme ante los vaivenes de la vida, terremoto incluido. Le pasa lo mismo al descacharrante desfile de secundarios, igualmente perdidos, que lo acompañan, desde la alumna amnésica a golpe de biombo al motorista apalancado. De por qué no hay que fiarse de la gente que hace yoga y es mejor el exceso de ajo que el ayuno intermitente. Sin duda, no hace al maestro.

 

 

Se han rodado incontables películas sobre el drama de la inmigración, pero muy pocas como Ia que firma Matteo Garrone en Io capitano. La historia de Seydou y Moussa, apenas unos niños que emprenden un viaje plagado de peligros desde Senegal hacia costas europeas, es terreno para el drama más desgarrador. Y sin embargo, su gesta parece atravesada por un espíritu de epopeya, de película de aventuras episódica con luminosa inocencia preservada. Sin renunciar a la crudeza, en esta odisea hay ensoñaciones y bellísimas imágenes del desierto, pruebas a superar, monstruos y ángeles de la guarda. Pero, a diferencia de lo que ocurría con la Mediterranea de Jonas Carpignano, Garrone acierta al cortar esta historia en el momento del clímax, la consecución del sueño que en ningún momento abandona su protagonista. A nadie se le escapa -y de eso tratan muchas otras películas- que a pesar de conseguir llegar a Ítaca, el viaje continúa.

 

 

Este mismo año veíamos en nuestro Festival de Cine y Derechos Humanos el último film de Jafar Panahi, máximo exponente de la resistencia de los cineastas iraníes. Al igual que sucedía en No Bears, Achilles cuenta también la historia de un director, definitivamente vencido, que se reencuentra consigo mismo a través de otra víctima de la represión. En esta película la melancolía amarga de quienes han olvidado incluso su nombre se mezcla con la tensión al acecho de un thriller. Pero, aunque pueda verse como una road-trip de seres rotos encontrados en la noche, el mensaje que deja es político. Farhad Delaram pertenece ya a ese valiente grupo de artistas puestos a disposición de la denuncia. Como siguen haciendo los grandes directores de su país, Panahi, Rasoulof o Makhmalbaf; como hizo hasta el final de sus días el maestro Abbas Kiarostami, cine para abrir grietas en el muro que tapa las voces de la disidencia.

 

 

Si las adaptaciones literarias ya son de por sí un terreno espinoso, Isabel Coixet se enfrentaba al reto de transformar en imágenes una prosa tan personal como la de la escritora Sara Mesa. De Un amor, novela seca y opresiva, se había señalado su potencial cinematográfico, pero no era cosa fácil navegar en la intimidad de unos personajes tan poco complacientes como los de esta historia, seres con vacíos sin explicación que chocan con una mujer que ha huido a la España vaciada en busca de algo que la llene. La película se beneficia de un fantástico reparto, con mención especial para una Laia Costa que brilla a otro nivel. Coixet no solo sale airosa de la prueba. Ha conseguido captar a la perfección la atmosfera del libro, su tenebrosa visión del deseo, la obsesión, la soledad, las masculinidades toxicas y las fachadas sociales, atrapándolas en un formato de encierro e intimidad consumida. Todas las casas de esta película están podridas. Y no son las goteras.

 

 

Nos divertíamos en Twitter con @Harrifernandez diciendo que Bastarden se podía haber titulado «Duelo en Jutlandia», «Bailando con patatas» o -cuidado, que viene spoiler- «El hombre que mató a Frederik De Schinkel». Y es que el film de Nikolaj Arcel tiene alma de western nórdico, una historia de colonos en la frontera salvaje ambientada en la Dinamarca de 1755. A medio camino entre la épica de la aventura y el drama de época, el film destaca por su majestuosa fotografía de paisajes desolados en bruto y bodegones interiores, así como por la música del compositor Dan Romer. También gracias a la presencia de un imponente Mads Mikkelsen, héroe de pocas palabras con demonios internos. Además, nos deleita con un villano cabrón de los que ya no abundan. Aunque los revólveres y los indios no aparezcan en esta película, sus ecos resuenan en cada uno de sus fotogramas para decirnos que lo «clásico» no tiene por que equivaler a «viejo».

 

 

 

26 DE SEPTIEMBRE

 

No son pocas las películas que se han sumergido en el mundo de la docencia, reflejo de realidades sociales que van mucho más allá del pupitre. En la pasada edición del Zinemaldi pudimos ver El suplente, del argentino Diego Lerman, y ahora sus compatriotas María Alché y Benjamín Naishtat presentan Puan, que aborda desde la comedia la defensa de la educación en un país que no levanta cabeza. Ciertamente, tras la hilarante pugna que mantienen Marcelo Subiotto y Leonardo Sbaraglia por ocupar una cátedra universitaria de filosofía, va creciendo una reivindicación que poco a poco se convierte en protesta. Construida a golpes de humor, patetismo, ironía y militancia, no es poco mérito que gente hablando de Heidegger resulte divertida. Por películas como esta a algunos les asusta tanto la cultura del cine y -todavía más- la distancia que hay entre querer cambiar el mundo y ponerse manos a la obra. Dicho de otro modo, menos filosofía política y más barricadas.

 

 

Xavier Legrand es recordado por aquella demoledora película que fue Custodia compartida, en la que la violencia de género se enfocaba desde el prisma del auténtico terror. Algo de eso hay también en Le successeur, orden invertido desde el drama familiar de un diseñador de moda en auge que vuelve a casa tras la muerte de su padre. El problema del film es que, superado su previsible giro de guión, el protagonista adopte una serie de decisiones que el espectador no comprende y la película tampoco explica, una suspensión de la realidad que termina por caer incluso en la comedia involuntaria. Desde el mismo desfile en espiral que abre el film, Legrand quiere indagar en los genes que nos definen, monstruos al acecho tras la fachada de la normalidad, pero esta historia no hay quién se la crea. Su herencia con muerto funcionaría tal vez como cine de género retorcido, pero no como thriller psicológico o drama. Me quedo con Barbarian.

 

 

Con una población cercana a las 200.000 personas, los chinos son la séptima comunidad extranjera más numerosa de España. Sin embargo, se nos antoja una parte de la sociedad oculta tras sus restaurantes y tiendas. Es en ese universo cercano-lejano donde se introduce Chinas, a través de un reparto de actrices que enamoran, encabezadas por la pequeña debutante Daniela Shiman Yang, pura luz en pantalla. Navegando entre historias, contextos y edades, la realizadora Arantxa Echevarria va construyendo un fresco intergeneracional que habla de integración, identidad y pertenencias culturales a la sombra del racismo. Se nota el profundo trabajo de documentación que hay detrás de este largometraje porque, a ambos lados de la frontera, puede verse también como un verdadero estudio sociológico. Y es que siguiendo los vídeos de @Jabiertzo se entienden muchas de las cosas que pasan en esta película.

 

 

Con cada nuevo trabajo, el mexicano Michel Franco parece alejarse un paso más de sus raíces, pero no de la crudeza moral de sus historias. Si Sundown apadrinaba a unas estrellas británicas varadas en las playas de Acapulco, Memory traspasa la frontera para llegar hasta las calles de Nueva York, donde transcurre este drama protagonizado por una ex alcohólica y un enfermo degenerativo. La química existente entre Jessica Chastain y Peter Sarsgaard hace creíble la existencia de esta relación concebida como clavo ardiendo, frágil cristal de reflejos entre una mujer perseguida por sus recuerdos y un hombre incapaz de retenerlos, cada uno con sus propios demonios familiares. Pero hay algo profundamente conmovedor en el amor improbable de estos personajes al borde del abismo. A pesar de las sombras que no ocultan sus márgenes o su fecha de caducidad anunciada, el corazón de este cuento urbano sobre el olvido es una película hermosa y sanadora.

 

 

Hace unos años, Kitty Green sorprendió a propios y extraños con The Assistant, que revelaba al espectador una agresión sexual en aterrador silencio neutro fuera de cámara. The Royal Hotel explora ese mismo miedo al hombre pero lo hace desde el plano más explosivo posible, contando la historia de dos mochileras atrapadas en un bar del outback australiano donde el machismo no entiende de sutilezas. La atmosfera bañada en alcohol, polvo y suciedad del film podría acoger a una familia de La matanza de Texas aussie, aunque sepamos que aquí cada personaje masculino está al acecho. Porque las mujeres interpretadas por Julia Garner y Jessica Henwick comparten desde dos prismas distintos el mismo clima de incomodidad, la constante necesidad de cubrirse las espaldas frente al acoso. Jugando con los clichés del género, Green ha creado algo tan diferente como un slasher social feminista en el que dos final girls se enfrentan con monstruos a cara descubierta.

 

 

Craig Gillespie viene ficcionando biografías y hechos reales increíbles pero ciertos en películas como El chico del millón de dólares, Yo, Tonya, o las miniseries de televisión sobre Mike Tyson y Pamela Anderson, todas ellas historias de auge, caída y redención. En Dumb Money su protagonista es Keith Gill, influencer bursátil que desafió a los grandes fondos de inversión dinamitando el sistema desde dentro con un ejército de pequeños inversores e iniciando un combate contra gigantes a modo de revolución capitalista. Si alguno estaba pensando en El lobo de Wall Street, el referente es más bien La gran apuesta. Entre lecciones sobre las estafas del mercado de capitales, un humor propio de la generación meme -ineludible material de internet- y el drama de la persona devorada por el personaje como trastienda, la película tiene un ritmo endiablado, reparto de lujo, socarronería y música molona. También un puntito a hamburguesa del McDonald’s. Pero qué bien entra.

 

 

 

27 DE SEPTIEMBRE

 

Hay arranques que definen toda una película, y es el caso del parto con el que se abre O corno, un superpuesto de elipsis en las que la cámara toca el rostro de una mujer rodeada de iguales. Es una escena que tiene algo de ritual mágico, pero también una fisicidad trascendental que impregna cada fotograma del film de Jaione Camborda. Y es que esta historia parece caminar entre mundos complementarios, el mar y la tierra, el día y la noche, la vida y la muerte, e incluso esas fronteras geográficas por las que huye la matrona a la que da vida Janet Novás con silencioso misterio. Su odisea es un viaje circular de sororidad y maternidades -queridas, negadas o encontradas- en un tiempo no demasiado lejano que también pudiera ser un presente indefinido. Es hermoso que este trabajo consiga algo que cada vez abunda menos en el cine de autor: confiar en el poder de sus imágenes sin artificio. Más allá del Novo Cinema Galego o el cliché de la mirada femenina, ¡vaya generación de mujeres cineastas!

 

 

 

Consagrado ya como cineasta de culto, Ryusuke Hamaguchi regresaba a la palestra con Evil Does Not Exist, que parte de una premisa tan aparentemente anodina como la instalación de un camping para pijos en una aislada comunidad rural. Desde aquí, el japonés va construyendo un fascinante relato que discurre de la fábula ecologista hacia el misterio más desconcertante. Como si de un Twin Peaks nipón se tratara, todo en este film es creación de atmosferas, sueños invernales de asociaciones conexas por nuestro subconsciente. Así como los pasajes musicales de Angelo Badalamenti alimentaron el imaginario onírico de David Lynch, el origen de este film lo encontramos precisamente en una partitura de la compositora Eiko Ishibashi. Y es que el cine de Hamaguchi tiene también algo cercano a la hipnosis, el embrujo de un río que fluye bajo el hielo con crujido imperceptible. Uno sale de la sala sin tener claro qué ha pasado pero, indudablemente, hay algo ahí debajo.

 

 

Aprovechamos también el Zinemaldi para acercarnos al preestreno de La ternura, que firma Vicente Villanueva. Una cierta sensación de vergüenza ajena se apodera del espectador en el arranque de esta historia sobre brujas y náufragos del siglo XVI condenados a entenderse. En una mixtura imposible, el film pinta una base teatral -un libreto de Alfredo Sanzol inspirado en las comedias de Shakespeare- con barniz cinematográfico. Los entregadísimos actores dan el do de pecho declamando, pero es cuando la obra más se desmelena y asume plenamente sus desmadres que la cosa gana puntos, dejando varias perlitas a su paso. Repasando: Un teatro de comedias pastel sobre la lucha de sexos. Emma Suárez a lo Bette Midler en El retorno de las brujas. El live-action musical de Disney que hubiese firmado Mariano Ozores. Y el mejor concurso de insultos de la historia desde Monkey Island. A este consciente placer culpable solo le faltan más canciones. De tan mala, buena.

 

 

Detrás del colectivo Burnin’ Percebes se esconden los cineastas Nando Martínez y Juan González, autores de propuestas tan inclasificables como La reina de los lagartos. No se queda atrás en surrealismo El fantástico caso del Golem, que arranca con la caída desde una azotea de un joven que se desintegra en pedazos cual muñeca de porcelana, misterio que tratará de resolver su mejor amigo. El resto es una descacharrante e impredecible colección de set pieces, un viaje existencialista al mundo adulto protagonizado por Brays Efe en el que también se dejan ver colaboradores habituales del dúo como Bruna Cusí, Javier Botet, Luis Tosar o Anna Castillo en papeles abonados al riesgo. Indudablemente, el humor de esta película no es para todos, pero hay que poner en valor a quienes apuestan por hacer un cine diferente, del que este trabajo marciano es exponente elevado al cubo. Algo así como un bodegón de Wes Anderson sobre gotelé pintado por dos chanantes del posthumor. Mis dieses.

 

 

Las heridas del colonialismo francés permanecen abiertas en la memoria de no pocos cineastas, reflejadas en films recientes como Les Harkis o el Mali Twist de Robert Guédiguian. Robin Campillo vivió de primera mano aquellos tiempos convulsos, recuerdos de infancia que rescata en L’île rouge. Desde la mirada del niño, su film recrea imágenes de ensueño y pesadilla acechante en una Madagascar que seguía ocupada por la metrópoli a principios de los setenta. Es indiscutible la sensualidad de esos instantes grabados en la retina del pequeño protagonista desde sus escondites, una melancolía que la realidad va desvaneciendo como se extingue la fantasía de los cuentos de Fantômette a la luz del último verano. Por eso es una pena que, a medida que trata de expandirse hacia lo político y el drama de otros personajes como el de la hipnótica Nadia Tereszkiewicz, este enfoque se vaya diluyendo. Campillo quiere contar muchas historias, pero no termina de concretar ninguna.

 

 

Verano y fuego en la distancia. Pudiera ser el resumen de Afire, de Christian Petzold, una historia de encuentros y desencuentros en la que las llamas arden -también- por dentro a muy diferentes temperaturas. Y es que, con aparente sencillez, el cineasta alemán va esculpiendo una película que juega continuamente con el espectador, mutando del costumbrismo al humor, las intrahistorias o el drama más demoledor. Lo suyo es pura orfebrería de guión y cámara con un elenco de actores en estado de gracia, porque a un personaje tan gilipollas como el escritor insoportable, pedante y amargado al que da vida Thomas Schubert solamente puede oponerse una actriz que ilumina la pantalla con su sola presencia como es Paula Beer. Petzold consigue pulir una de esas rarísimas obras que se resignifican a cada instante, capa tras capa. Algunos dirán que el verano de esta historia huele a Rohmer, pero aquí la arena está cubierta de ceniza. Y deja poso. Cuando no, quemadura.

 

 

 

28 DE SEPTIEMBRE

 

Decían algunos espectadores durante el pase de A Journey in Spring que la película estaba mal proyectada, con bordes que parecían escapar a la pantalla. Bien al contrario, las taiwanesas Peng Tzu-Hui y Ping-Wen Wang han escogido conscientemente este juego de andamiajes en 16 mm para desnudar la historia de un matrimonio que sobrevive a su tercera edad por inercia, retratando el deterioro de una relación construida a base de dependencias físicas y emocionales. Dividida en dos partes, su film se torna luego en el retrato de un duelo que utiliza también formatos cambiantes y celuloide que se desintegra en hilos de fotogramas quemados, paisajes en la niebla que llenan los vacíos de este drama. Es un trabajo más que loable para estar hablando de una ópera prima. Contenida, pequeña, breve, depurada y -para qué engañarnos- un poco tostonazo. Ya lo decía Wong Kar-wai en Deseando amar: el pasado es algo que se puede ver, pero no tocar. Y todo cuanto se ve es borroso y confuso.

 

 

La familia ha sido un tema central del cine japonés. Sin irnos lejos, Great Absence parece mirarse en A Hundred Flowers, que el año pasado presentó en el Festival Genki Kawamura. Ambas hablan de relaciones filiales distanciadas que se acercan cuando la enfermedad rompe la percepción del tiempo, jugando también con un montaje fragmentado. En lo diferente, el largometraje de Kei Chikaura deja de lado cualquier clase de lirismo en favor de un drama conscientemente frío donde el principal interés está en reconstruir esa cronología reciente que la senilidad ha borrado. Además de una duración excesiva, por reiterativa, a ratos parece que la idiosincrasia nipona nos impida empatizar con el protagonista del film, no tanto con ese padre con demencia al que encarna el veteranísimo y estupendo Tatsuya Fuji. Y es que las ausencias de esta película son un puzle de muchas piezas que no terminan de revelar el cuadro sentimental completo.

 

 

Insistimos en el buen resultado que nos han dado siempre las series en el Zinemaldi, una apuesta que subíamos al meternos en el pase suicida de La Mesías. Lo que han creado Los Javis en esta biografía familiar contada a dos tiempos tiene base de monumento hecho con los cimientos de algo icónico. No se quedan atrás los actores, especialmente Lola Dueñas como desquiciada matriarca y un Albert Pla que asusta de puro turbio. Lo mismo puede decirse de la puesta en escena, un estilo propio que los directores han depurado desde una trabajadísima fotografía a la virguería del plano secuencia. Las referencias de las que beben son incontables pero lo mejor es que siempre saben hacerlas suyas. No solo funciona su recorrido por nuestros imaginarios colectivos, del spanish weird a la nostalgia generacional, el terror opresivo o la lisergia mariana musical. El drama de esta historia sobre la naturaleza del amor y la fe es su mayor sacramento. Entrar santiguándose y salir (ocho horas después) convertido en creyente.

 

 

 

29 DE SEPTIEMBRE

 

Una década separa El sol del membrillo de El sur, y a esta de la fundacional El espíritu de la colmena. Se ha hecho de rogar Víctor Erice, que cincuenta años después viene a regalarnos su cuarto largometraje, una Cerrar los ojos que arranca con la búsqueda de un famoso actor desaparecido tiempo atrás durante el rodaje de un film inacabado. El tiempo y el cine son pues los dos primeros elementos de esta historia en la que el artista vive en sus intérpretes, al que podemos escuchar en las conversaciones que mantiene Manolo Solo sobre la caducidad del celuloide, o incluso ver en el reflejo de la mirada intacta de Ana Torrent. Pero es el personaje de José Coronado quien aporta un tercer punto de vista, ese nexo de unión que es la identidad del que observa. Porque Erice ha legado al espectador un hermoso testamento fílmico, pero también una profunda reflexión sobre el cine como preservador de memoria. De las imágenes que nos reflejan cuando se apagan las luces.

 

 

Al director Thomas Lilti lo conocimos en Hipócrates, película que tomaba el pulso a la sanidad francesa siguiendo las andanzas de un joven médico residente, un personaje cuya formación abordaría en la posterior Première année y ahora retoma Un métier sérieux. Reconvertido en profesor de instituto, el periplo laboral de Benjamin viene a radiografiar el sistema educativo a través de las historias personales de sus docentes, reuniendo en el mismo reparto a unos Vincent Lacoste y Adèle Exarchopoulos en flor con veteranos de la talla de François Cluzet. Es un film donde el mensaje social cala desde el costumbrismo y nunca pretende imponerse a la realidad del día a día, la solidaridad y dificultades de una profesión tristemente denostada a uno y otro lado de la frontera. Son motivos de sobra para disfrutar de esta comedia coral, amable y dignificadora pero un tanto anecdótica en el desarrollo de sus personajes. Como dicen ahora, progresa adecuadamente.

 

 

Alternando cine criminal con biografías, el británico James Marsh se acerca ahora a la figura de Samuel Beckett, autor clave de la literatura y el teatro contemporáneos. A priori, no fue poco interesante la vida del dramaturgo, que Dance First desgrana desde su etapa como pupilo de Joyce hasta el surrealismo existencialista de Esperando a Godot, una semblanza que la película construye a través de las mujeres que pasaron por su vida. Por desgracia, le falta mucha vida al monólogo interior en blanco y negro a través del que se repasa esta trayectoria, sensación que crece cada vez que regresamos a la batalla de cuentas pendientes que Gabriel Byrne mantiene en la entrega del Nobel de Literatura. Es la mayor pega que se le puede poner a este film de instantes e introspección constreñido por su propia teatralidad narrada. Eso sí, cuando a uno le entran ganas de leer sobre el personaje, es que el biopic merece un aprobado.

 

 

Que la sociedad francesa vive obsesionada por el dilema cultural de la inmigración, el lugar que ocupan esas nuevas generaciones contrarias a cualquier sentimiento de pertenencia nacional, es algo que trasmite continuamente su cine. Uno de los mejores cronistas de ello es Ladj Ly, que en Les Indésirables regresa a la banlieu de la multiculturalidad y la rabia, metiendo su cámara palpitante con alma de thriller en unos apartamentos de protección oficial en riesgo de desahucio por parte de las corruptelas políticas de turno. Descendiendo desde los paisajes urbanos a vuelo de dron al drama particular de unos hermanos enfrentados a las injusticias del sistema, esta secuela espiritual de Les Misérables nos cuenta qué ocurre cuando se prende la llama en el polvorín de quienes ya no tienen nada que perder. Cine político, explosivo y sutil como un puñetazo en la cara, para retratar las miserias de una Francia donde la extrema derecha sigue dinamitando los cimientos sociales.

 

 

 

30 DE SEPTIEMBRE

 

Desvelada que la sorpresa de esta edición era The Killer, de David Fincher, solamente quedaba disfrutar. Para poder apreciar el juego de algunas películas en toda su extensión, está bien conocer sus referentes, y es lo que sucede con el último trabajo del director de Seven. Engañan los títulos que abren la cinta, adelantando un film de acción para después dar voz interior a un émulo del samurái de Jean-Pierre Mellville. En lugar del personaje al que interpretaba Alain Delon en El silencio de un hombre, tenemos aquí a un Michael Fassbender verborréico en su cabeza pero igualmente impasible, camisa abierta en lugar de gabardina criminal, sombrero de pescador y puro cachondeo en la resolución de sus asesinatos. El resultado es un film anticlimático de venganza procedimental que, además del homenajear al polar francés, sabe romper sus reglas para convertirse en artefacto juguetón cuando le apetece. Maestro.

 

 

Precedida por dos cortos bien majos –Aunque es de noche, de amistades, teléfonos móviles y leyendas mágicas en la Cañada Real; y Contadores, sobre una lucha obrera que resuena desde el pasado- vemos la propuesta más marciana de todas cuantas se proyectan en el Festival. Y es que habría que inventarse un nuevo género para la serie B de Mamántula: el de la comedia de terror gore porno queer giallo lovecraftiana. Arañas alienígenas devoradoras de semen, una pareja de detectives más interesada en follar que en las pistas, y un trasfondo de thriller con depredador sexual de saunas. El donostiarra Ion de Sosa firma un mediometraje libérrimo entre el surrealismo de Quentin Dupieux y el underground gay de Marc Ferrer. Vaya fantasía. Todo bien. Hasta el título. Es una pena que este tipo de cosas no tengan mucho recorrido, relegadas casi siempre al circuito de festivales. @cineffo, tráela al @horrorfestival que triunfas.

 

 

Tocamos apenas la retrospectiva dedicada al director Hiroshi Teshigahara con Rikyu (1989), jidaigeki sobre la vida del fundador de las escuelas de la ceremonia del té ambientado en la época de los tres grandes unificadores, periodo floreciente para las artes y las guerras feudales. Teshigahara abandona en este trabajo la vanguardia de films como La mujer en la arena para abrazar los cánones del cine clásico japonés, atmósfera, delicadeza, sobriedad y lirismo para hablarnos de la filosofía incorruptible de las pequeñas cosas en tiempos de intrigas políticas. Todo ello con actores de primera línea como Rentaro Mikuni o Tsutomu Yamazaki y música del maestro Toru Takemitsu. Lástima que la filmografía de este cineasta a reivindicar permanezca inédita en nuestro país, pero también que terminado el Zinemaldi no se puedan recuperar estas películas en pantalla grande. En cualquier caso, un verdadero regalo para japanofilos.

 

 

Cerramos nuestro Zinemaldi con The New Boy, drama fantástico ambientado en el desierto australiano de los años cuarenta donde la llegada de un pequeño aborigen con poderes sobrenaturales revoluciona un convento de acogida para huérfanos. Esta es una de esas películas que no consiguen ir más allá de su premisa, debatiendo la verdadera naturaleza de ese niño rodeado de gente que no sabe si ver en él a Cristo o a un ángel caído. El buen hacer como director de fotografía de Warwick Thornton se nos aparece constantemente en los paisajes lejanos del outback que captura con su cámara, pero no basta para sostener esta historia innecesariamente críptica y estancada en la incomprensión. Quiere hablar de fes impuestas y creencias sustituidas por la colonización pero, sin desarrollo de personajes, su giro al fantástico a modo de fábula simbólica está desaprovechado. No la salva ni Cate Blanchett. Amén.

 

 

 

Premios Flipesci

Flipesci Zinemaldia: Fingernails

Flipesci Perlak: Fallen Leaves

 

 

TOP del #71SSIFF:

1.- Afire

2.- The Zone of Interest

3.- El chico y la garza

4.- Perfect Days

5.- Fallen Leaves

6.- Cerrar los ojos

7.- Evil Does Not Exist

8.- Monster

9.- The Killer

10.- Io capitano

+ La mesías

Sin desmerecer: La sociedad de la nieve; Fingernails; Un amor; May December; O Corno; The Royal Hotel; Bastarden; Anatomía de una caída; Les indesirables; Kalak; o Memory.

 

Textos: @Fer_Iradier / @javivoland